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Poetas que regresan a la patria de la infancia

¿Hay vida en Marte?

 

Las gallinas picotean cerca de las vías. No queremos hacerles ningún daño: molestarlas nomás, correrlas hasta el monte de eucaliptus. Hacer que el loco se canse y salga de la casilla con la escopeta. Que tire un tiro al aire. Un disparo que raje el cielo, el murmullo caótico de las hojas, el estallido del sol en el follaje. ¿No se trata, al fin de cuentas, de aprender a respirar?

Aristófanes

 

Pegó la piedra. Podó las hojas tiernas. Los pichones se cayeron de los nidos. En lo húmedo y oscuro, ritualmente, mi cabeza expande sus bacterias.

Aprendiz

 

Tenía un ojo torcido. Ahora estoy ciego. Cuál es la ganancia, me pregunto, de que se hayan metido con mis ojos. Pero volverá finalmente el día, con el miedo, la vergüenza, la ira. No necesitaré de nadie para borrarme del mundo.

Infancia

 

Por un pelo ─un reflejo del sol, tal vez, que cegó a tu madre camino al gallinero y la distrajo─, te salvaste de dormir. Ahora podés juntar piedras en el bochorno de la siesta; probar con la gomera, cerrando el ojo malo, tu escasa puntería. Al amparo del paraíso, estás retrasando tu muerte. Jugando a matar.

Poetas que regresan a la patria de la infancia

 

Los trasnochados que nos invitaron nos dan las buenas nuevas: no habrá, en breve, viáticos, a raíz de una serie de rencillas intestinas, y en el único hotel disponible ya no hay plazas vacantes. ¿Puede la crasa realidad local hacernos mella? Hablaremos positivamente ─incluso con afecto─, a lo largo del día, de todo lo que crece en nuestra íntima geografía: plantas, animales y seres humanos. Con la caída del sol, una señora que confiesa haber conocido a papá en su juventud reconoce que soy muy parecido, pero advierte que él era más alto. La contradigo, sonriendo, argumentando que yo era un centímetro más alto que papá. Mido un metro ochenta y seis centímetros. Pero la señora, con gesto de desaprobación, prefiere dar por terminada nuestra charla. Leemos, finalmente, nuestras cositas, para estudiantes secundarios que bostezan, custodiados por sus profesores de Lengua y Literatura. Mientras comemos, poco después, un choripán, envueltos por la bruma nocturna de la pampa, imaginamos factibles maneras de volver a nuestras vidas. Que no se nos juzgue mal. Nosotros solo vinimos a devolverle al pueblo la memoria poética que le pertenece.

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