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La hospitalidad del mundo

Un viejo maestro

 

Si me hubieras tomado la lección después de tu innumerable cháchara a la sombra del sauce

seguramente la habrá reprobado:

no habría podido responder con precisión y certeza ni siquiera a una sola pregunta que versara

sobre cualquiera de los motivos que crecían como raíces de tu verba irredenta

y me envolvían

el problema era yo que no sabía mantenerme a una prudente distancia de la musiquita

que sabías hacer con palabras cavernosas, un timbre nasal siempre cargado de mocos,

las pausas que sostenías mientras sacabas del bolsillo el pañuelito blanco y lo extendías para sonarte la nariz,

tus ojos redondeados y vidriosos que buscaban el cielo, la carcajada súbita, la voz levantada,

la mano imperativa, la lengua que repasaba una encía sin dientes, el arranque de furia que podías suspender como un actor para pasar rápidamente a otra cosa

esa retórica sanguínea me dejaba satisfecho y con las manos vacías

convencido de que eras un viejo maestro que me habías enseñado algo

que ni vos mismo sabías

intraducible

e inútil.

Contabilidad

 

¿Qué sentido tuvo, te pregunto, trazar en tus horas libres la escala del desastre?

¿No confiaste en los cimientos que vos mismo hiciste levantar en la tierra deprimida?

¿Es que no estabas presente cuando se levantaron las primeras hileras de ladrillos entre los yuyos altos del baldío?

¿De verdad pensaste que esas hojas cuadriculadas anticiparían el desastre

que yo debía creer el pasatiempo de un hombre aburrido que registraba, por desviación profesional,

tempestades, inundaciones, vendavales y epidemias recogidos de los diarios del día

en orden decreciente según la magnitud del daño

en hectáreas, cabezas de ganado, evacuados, muertos, heridos, afectados y viviendas destruidas?

Me repetías, aunque yo no terminara de comprender, que las precipitaciones, de variable magnitud e intensidad,

combinadas con otros factores como los desbordes del río Paraná y los afluentes que nos rodeaban, el ascenso en los niveles freáticos y la saturación del suelo

(aunque fueran factores detonantes y no causas desastrosas)

podían generar un impacto negativo de extraordinaria proporción en nuestro hogar.

Ruedas

 

Si los vasos de ginebra y las masas finas que apuraste en la cocina de la casa mortuoria

te habían sumido en una suerte de insensible adormecimiento

apenas interrumpido por las voces de gente desconocida que apoyaba una mano en tu hombro

(comprobaste que aun los deudos lejanos gozan de un inevitable protagonismo en los velorios)

el dolor que punza ahora en el flanco descarnado de tu mano te impide cualquier abstracción:

este mueble de rústica factura y de tan elemental diseño también provocaría la risa

(que venías reprimiendo sin éxito y que el dolor por completo disipó)

en las demás personas que se agitan por el peso

sino no fuera porque sirve para trasladar un cuerpo sin vida

nacido y bautizado con el mismo nombre que lleva tu cédula policial

que supo pasear su dignidad por las calles del pueblo en dos ruedas grandes y flacas

buscando (y consiguiéndolo, por qué no) el aplauso implícito de los demás moradores que aún te honran

aunque te valgas de dudosas rueditas que tropiezan.

El tiempo ensucia todo lo que toca

 

En una atmósfera de radiante optimismo que acentúan los rayos de sol que pegan en los cristales

nos disponemos a desagotar los viejos muebles de revistas que ocupan espacio y ya nadie lee

telegramas de renuncia certificados médicos de aptitud psicofísica libretas con buenas calificaciones

rollos de electrocardiogramas que registran el soplo de un corazón inmaduro

contratos de locación por precios irrisorios sobres abiertos con remitentes de escritores de renombre

recibos sellados que ya no nos abrirán las puertas del club

postales enviadas desde países extranjeros por jóvenes en los que aún relumbra el grano encantador de la locura

libros sin tapas comprados por un peso en una época de miseria y felicidad

fotocopias de patentes de automóviles vendidos o robados

denuncias de choques con mapas de calles con autitos en rojo y azul flechas y cruces que señalan el preciso lugar del impacto.

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