MALENTENDIDOS
Lecturas equívocas, interpretaciones erráticas de poesías dadas a publicidad…
Un poema de María del Carmen Colombo
SON CHINAS LAS TRES CHICAS, pintadas por el fino pincel de un copista oriental. Ojos como rendijas miran la escena de la madre, lavando el kimono en el piletón del patio. Las miradas finitas rayan las ojeras de la madre, imitación de la sombra de un árbol exótico. Le dibujan persianas cerradas para protegerla de un sol de siesta, insoportable.
El alma china de la familia se llena como una palangana porteña al compás de los dichos maternales del agua. Y las tres chicas recuerdan, al unísono, los agujeros dejados por las balas. Los agujeros del recuerdo, multiplicados por tres, ensucian con la sangre del padre el kimono que la madre lava, infinitamente, adentro del piletón de sus propias ojeras.
Recordar, abrir el ojal de una herida llamada ojo, provoca un dolor de sol, insoportable, entre ceja y ceja. Por eso, a la sombra de un árbol exótico, las tres chicas pintan el alma de un dragón subiendo al cielo, con el fino pincel de sus pestañas.
De La familia china. (Buenos Aires, Hilos Editora, tercera edición, 2011).
"Son chinas", focaliza una voz con ironía, pero no queda claro —felizmente— de cuál de todas las posibles Chinas provienen esas mujeres (¿son uruguayas, asiáticas o criollas?) que aparecen en esta suerte de estampa japonesa donde se ilustra una escena de conventillo porteño, en la que el alma (el aliento) de un dragón sube finalmente al cielo.
La imaginación babélica de Colombo inventa un dialecto sutil que alitera, con la cadencia de la fábula, mundos distantes, con un tono que aúna familiaridad y extrañeza, violencia y candidez. Un poema sobre la memoria se vuelve una novela familiar, porosa como la imagen de un padre solar (que se levanta en el oriente) sometido a la erosión infinita del amor de sus deudos. La escritura poética no puede borrar lo escrito en la propia carne como pretende hacerlo la prosa instrumental del mundo, pero sí puede incidir y deslizarse, irreversible y frágil, en el espacio dramático de lo vivo. De este modo, los gestos de esta escritura unen imaginariamente “ojeras” con “piletón”, “pincel” con “pestañas”, “agujeros de bala” con “recuerdos”.
Si el pensamiento gráfico del poema apela al espacio a través de la mirada, que raya (sobrexpone sus grafías) sobre los trazos ya existentes, sobre la piel cansada de una madre, puede hacer de una memoria heredada una patria más piadosa. A resguardo de un padre y de su cegador influjo, el pincel de las pestañas de las hijas puede deslizar su trazo flexible y carnal en el seno del aire. Puestos en fuga, los signos pueden bregar, nos dice Colombo, por su propia abolición.
Diego Colomba
Rosario, 8 de octubre de 2017.