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MALENTENDIDOS

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Lecturas equívocas, interpretaciones erráticas de poesías dadas a publicidad…

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Un poema de Daniel Freidemberg

Noviembre (xviii)

 

Y las cigarras, papá, el olor fuerte a nafta de la chata

ya vieja, la chata, despacio, a los tumbos

por la calle de tierra. Tabaco negro y jabón de afeitar,

pocas palabras de tu parte, ninguna de la que pueda acordarme,

el sol encima, no este que aplasta, el de entonces,

a dónde íbamos, no puedo recordarlo. ¿A acá, a donde estamos?

 

De En la resaca (Buenos Aires, Paradiso, 2007).

     “Pocas palabras de tu parte”, le dice el hijo al fantasma del padre que lo habita, y hace suya esa reticencia para expresar la íntima ajenidad de su figura.[1] El poema describe una escena mínima (padre e hijo viajan en chata por un camino de tierra), yuxtaponiendo imágenes sensoriales, que por su intensidad olfativa, auditiva y táctil se impregnan en el cuerpo del hijo, como pedazos de memoria bruta que parecen restituir, por su sola presencia (reaparición), el misterio. “El sol encima, no este que aplasta, el de entonces”, esto es, el sol del mito es el que ilumina y eterniza la escena. Pero el mito conmueve a quien lo habita. Para que algo de ese brillo logre afectar al lector debe trabajar el poema: la abigarrada puntuación y la fractura sintáctica, la áspera prosodia de las p y las t aliteradas, la sonoridad ripiosa de la pregunta final (“¿A acá,”) –como los saltos de la chata–, que realza el desconcierto, una mirada absorta que se fija en el presente y se expresa en la ambigüedad gramatical (la cláusula adverbial que puede interpretarse –a pesar de la falta de tilde– como "a dónde vamos?”) que abre oscuramente la interrogación sobre el azar y el destino .

     Según el sujeto que compone la escena, el lenguaje está casi desterrado, y el sentido del viaje, su dirección y su porqué tampoco pueden recuperarse en la opacidad de esas imágenes. Ese viaje se vuelve una suerte de destierro en el que el sujeto aún permanece. Incluso el tacto, a través de los traqueteos de la chata, parece una de las formas más legítimas de conocimiento: el sujeto “toca” la realidad de lo que existe aunque no sepa de qué se trata, como los antiguos viajeros hacían contacto con un territorio desconocido.

    La figura del padre no deja de ser la del Padre y en ese sentido puede interpretarse la velada antítesis (“tabaco negro y jabón de afeitar”) entre lo negro y lo blanco, el vicio y la higiene (sin dejar de aludir a las costumbres de una época perdida), el mal y el bien. Con sutilezas de este tipo, Freidemberg somete el caos del mundo a un orden metafórico en el que cuerpo y cosas son materia indisociable del espíritu.

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     Diego Colomba

     Rosario, 14 de marzo de 2017.

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     [1] Esa vocación exhibe toda la serie a la que pertenece el poema.

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