Desaire (Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2014).
“Todos llamamos al paisaje de nuestro corazón” (Juan L. Ortiz)
Terrestre
Arboledas
que atemperan
las distancias
del cielo.
Los trigales
flamean
a su alrededor
bajo la llovizna.
Al borde del camino
un cartel llama
“Bienvenido”
a quien regresa
a su antiguo
solar.
Con iguales
trazos
me figuro
el paraíso.
Fundación
A Pichona, Adina y la abuela Elena
Tres mujeres
y un perro
deja en pie
el vendaval
de su muerte.
Un nuevo viento
no menos cruel
asola las ruinas
de la casa
barre
los rastros
de su ausencia.
Entre cenizas
últimas
se yergue
el reino
de las mujeres solas.
Arte
Al padre de mi madre, quintero.
I.
Se inclinó
sobre la tierra.
Escaldado
por el sol
y una íntima
esperanza:
el latido
de los bulbos
recién plantados.
Sintió cómo
se tejía
silenciosa
la raíz
cómo
se extendía
al amparo
del mundo.
II.
Se recuesta
con la imagen
de los capullos
maduros.
Antes de que cante
el gallo
cosecha los flores.
Sobre la mesa
de porlan
el abuelo hace
el desbrín de la rosa.
III.
Un manchón
de pistilos húmedos
deflagra
sobre un tamiz
de alambre.
Se reduce
bajo el sol
de los días venideros.
Sintetiza
la amarga
belleza
del azafrán.
IV.
Oro rojo.
Un cofre
de chapa y madera
lo atesora
en el galpón.
No se puede
pagar
con justicia
algo que realza
el sabor
de lo que existe.
En el arroz
se prodiga
como amor
amarillo.
Senectud
Camino solo
hacia el ocaso.
Es honda
la huella
que dejo
en el guadal.
Debería perder
peso.
Aliviar
el corazón.
Ceniciento
alzo la vista.
Pájaros
en los cables
aguardan
mis pasos.
Como preguntas
flotantes.
Pero se vuelan
en bandada
y me dejan
con la palabra
en la boca.
Lisergia a la italiana
A la abuela Elena y su ensalada de naranja
La inocente piel
de la naranja
destella
en rebanadas
como soles.
Una fina lluvia de sal
sobre el plato
realza el sabor
de la memoria.
La rodaja se disuelve
en mi boca
y libera su acidez.
Estalla
en chisporroteos
fantásticos
fugaces implosiones
de un mundo nuevo.
Es el paraíso.
A sus anchas
mi infancia
hace su música.
Me prodigo en gestos
que alimentarán
la nostalgia
de los días futuros.
Ocurrencias
Perros súbitos
asaltan el aire.
Como palomas
saltarinas
desaparecen
entre los árboles
del parque.
¿Fueron ciertos
esos canes
que relampaguearon
en la tarde
sin dueño?
¿O fueron frutos
que cayeron
de mi propia invención?
Mi deseo hace conmigo
lo que las tijeretas
con el gato
que amenaza el nido.
Picotazos en la cresta
en señal de advertencia:
“corré corré
creé creé
desertá ya de la tierra
de los hombres tristes”.
Changüí
Tironeado por el tiempo
y sus mudanzas
corro por las tardes
con mi perro.
La correa de ahorque
lo mantiene a mi lado.
Si otro perro se acerca
o cruzamos una calle
acorto el lazo.
Pasado el peligro
le doy soga
sin dejar de trotar.
Veo entonces
cómo crece y decrece
su entusiasmo.
De igual modo
juguetea
mi destino.
Contaminaciones
Después de releer El escarabajo de oro de Poe
Estrellas amarillas
y vainas abiertas
pisadas
por los días.
Aserrín
y pelusa
de los árboles.
Hojas secas.
Tronquitos
quebrados.
Excrementos
de perros
y pájaros.
Y la séptima rama
que el pasado
temporal
derribó.
De esa mezcolanza
está hecho
mi camino.
Ejercicio aeróbico
Me distraigo
en la hojarasca
como el viento
de octubre.
Una leve
náusea
enrarece
el aire.
Pero se disipa
en la grácil
mistura
de los copos
de seda
y las vainas
en flor.
El sol
me sigue
en la enramada.
Renueva
el aire
mi agitado
corazón.
Recuerdo
despedidas
menos piadosas
que ésta.
Y un estrépito
de alas
crece
al contacto
de mis pasos
con la tierra.
Principios de electricidad
I.
Chisporroteos
en el aire.
La estática
de los recuerdos
se descarga
en un presente
sin resistencia.
O adverso en demasía.
Son chasquidos
pretéritos
que anuncian
tormentas
futuras.
II.
Los primeros
relámpagos
velan el cielo.
Camino
bajo la lluvia
rumbo al puente
herrumbroso
de mi infancia.
Un tren carguero
pasa
traza
el aire
intempestivo.
Pienso en el roce
desigual
de los cuerpos
en el mínimo
accidente
con que se tuerce
un destino.
III.
Laten
el cemento
y el hierro
sobre los huesos
diezmados
del pasado:
una fuente
sepultada
que aún
propaga
sus ondas
sinusoides.
En la superficie
del mundo
las bobinas
de mi mente
las conducen
hacia un destino
incierto.
Paz en la chacra
Desde abajo del palomar
es fácil tirarle
a las palomas.
Pero no vale
matarlas así.
El rifle
de aire comprimido
se dobla
como una pierna
huesuda
para cargar los balines.
Es pesado.
Podríamos jugar
a sacarnos los ojos.
Si el abuelo
nos ignora
mientras puntea
la quinta...
Igual desistimos.
Que la tibia luz del sol
siga dorando las chapas
mientras una fuerte fragancia
de tierra, aserrín y estiércol
narcotiza la mañana.
Pero entra la abuela
cojeando al gallinero
y agarra del pescuezo
a la gallina
más desprevenida:
la revolea
como si le diera
cuerda a un reloj
hasta matarla.
Hoy
se come
puchero.
Desinfección
Sangra la mano del abuelo
que se cortó con un alambre
atando las cañas
que sostienen los tomates.
Empapa entonces un trapo
con querosén y se lo frota
mientras conversa conmigo
de bueyes perdidos.
La sangre mezclada
con la grasa y el óxido
se deslíe lentamente
con la acción del combustible.
El abuelo sigue hablando
mientras su figura se recorta
sobre el escándalo de la tarde.
Bajo tierra
¿Es fácil tirar con la escopeta
de cerca a las perdices?
Pero, ¿cuántas hay que matar
para que una familia coma?
¿Cuántas liebres y gallaretas?
El abuelo cazaba en el campo.
Donde había trabajado
con su cortitrilla a vapor
y los peones cosían las bolsas a mano…
Se había ido de su casa
a los ocho años
con un hermano de diez.
Había tirado con obús
(de espaldas)
en el servicio militar
y le habían dado un diploma
que decía eso.
Perón
—a quien odiaba—
había preguntado por él
reunido con trabajadores rurales
del sur santafesino…
Mientras el abuelo insiste
con sus habladurías,
dinosaurios metálicos,
especies se extinguen
bajo capas y capas
de memoria…
El peso del pasado
El abuelo hurga
un frasco con tuercas,
clavos y tornillos.
De vez en cuando
se queja
de los pinchazos.
Encuentra monedas
de todos los tamaños
que va depositando
en un estante.
Ahora la mano
venosa y manchada
del abuelo
me da dinero
fuera de circulación
como sus horas.
Bajito
para que no escuchen
las mujeres de la casa
me dice:
“andate al quiosco
y traeme cigarros”.
Caza nocturna
En la piel negra
de la noche
relampaguean
ojos furtivos.
Las gramillas
linderas
ahogan
breves pasos
apenas
presentidos.
Lo que roe
la paz
al abrigo
del sueño
se tensa
caníbal
como una sierpe
y se cuela
por la boca
de la madriguera.
Salta, trepa,
nada, bucea
implacable
para alimentarse
de nuestros pichones
de amor.
Puede matarnos
en el vuelo
cuando somos
las aves de rapiña
que lo llevan
confiadas
en sus garras.
Despertamos
de la pesadilla
para sentir
el desnudo
terror:
las apariencias
del mundo
sin el barniz
ansiolítico
de nuestras metáforas.
Ojos
que debieran
soñar
ahora
son ojos
que ven.
Mujeres pálidas
con camisones blancos
blanden azadas
y rastrillos
bajo el sudor frío
de la noche.
Las gallinas cacarean
al unísono.
Los perros ladran.
La comadreja
está en el gallinero.
Tiempo inestable
Con la lluvia
brotaron
las piedras:
refulgen
como bichos
de luz.
Un tenue vapor
se levanta
de la tierra.
Y los sauces
soberbios
lloran
sobre las cunetas
anegadas.
Entre gritos
y carcajadas
arriban los niños
descalzos
del Bajo.
Algunos chapotean
en el agua barrosa.
Otros esgrimen cañas:
sueñan
con milanesas
de ranas
cantoras.
En las casas
vecinas
gente dormida
al abrigo
del verano.
Desaire
Mi mirada se pierde
un instante
en las espigas
altas y amarillas
del campo.
En otro tiempo
ese llano encendido
me mantuvo ocupado
entre esperanzas
y desazones.
Hoy apenas son guiños
burlones de las espigas.
El viento las atraviesa
y deja claros
entre una y otra.
Nada
es lo que siempre sostuvo este aire.
Fe
En la estación terminal
de Río Segundo
creí reconocer a papá
en el cuerpo de un viejo
que miraba pasar el tren.
Después recordé
que papá estaba muerto
y sepultado
a kilómetros de distancia.
Sin embargo el espectro
de papá cercano
a las vías
se negaba a desaparecer.
Desde entonces
creo en los fantasmas.
Es nuestro corazón
quien los mantiene vivos.
Repasando viejas fotos
1.
Mientras espero
que la carne
se cueza
mamá deja una bolsa
entre los platos.
Son viejas fotos de papá
halladas
en su casa natal.
Aparto los cubiertos
y las vuelco
sobre el mantel.
Tomo una.
Mamá se coloca
detrás de mí:
quiere explicarme
quién es quien
en las imágenes.
Pero paso
a la siguiente foto
sin esperar
que concluya.
Imperturbable
mamá recomienza
el conteo
indiscriminado
de vivos
y muertos.
Hubo un mundo
—parecen decir
los que posan
frente a la cámara—
que a todos dio asilo.
2.
Papá sonríe
en muchas fotos.
—¡Qué sonriente!
Me lo digo a mí.
No a mi madre.
Pero ahí se detiene
el flujo del rencor.
Es cierto que son
fotos de la infancia
y juventud:
primera comunión
equipos de básquet
fiesta de egresados
reuniones con amigos…
Épocas de la vida
en que no conocí
a ese hombre sonriente
con el que me reconcilio
a la distancia:
incluso aparto
las fotos deportivas
para intentar llevármelas.
En ese rostro de niño
o de joven
al que aún no parece
crecerle la barba
veo la imagen
de la inocencia.
Como un Tiresias tramposo
siento algo de compasión
por ese muchacho de traje.
Velatorio
Acaricio el rostro
lustroso de papá.
Sus cabellos parecen
dibujados en las sienes.
Mentalmente le hablo:
le digo lo que no
le dije en vida
mientras me llega el murmullo
de voces femeninas.
No son fantasmas.
Son las mujeres que siguen
habitando el pueblo
al que mi padre regresó
cincuenta años después
como un cadáver.
Sentadas cerca del féretro
deben pensar
que me estoy despidiendo.
No saben que ya lo hice
hace mucho tiempo.
En vano.
Para Elisa
Los primeros compases
aguijonean la siesta.
Quiero retenerlos.
Pero se alejan
para dar la vuelta
a la manzana.
Así se ofrece y escabulle
la música de mi infancia.
Salgo a comprar.
Pido en tacita.
Mientras regreso
no me apuro
en quitarle la tapa:
se está cerrando
—me miento—
un círculo perfecto.
Oportunidad
Si anoche
descalzo y semidormido
aguardando evacuar
en el inodoro
hubiera escrito
lo que pensaba
más bien
lo que veía
en claras y sucesivas
imágenes
hubiera dado en el clavo.
Año nuevo
Las restos del maíz
se acumulan en la troja
para volver a arder.
Papá los junta
con balde
y a pesar de los retos
los dilapida
mientras asa.
Como pastos secos
crepitan los marlos
en la parrilla.
En un descuido
del asador
(fue por el calendario
del año que se va
para quemarlo)
probé el vaso
translúcido
que abandonó
en el tapial
y tuve que beber
el agua fresca
del pico de la canilla.
Papá arde
al calor de las brasas
y del alcohol:
revive el fuego
con otro fuego.
Las mujeres también
se cuecen al sol
del mediodía
recostadas en reposeras
con sus corpiños caídos.
Yacen en medio
de un parque raleado.
Nosotros serpenteamos
bajo la parra y las galerías.
Vamos por el agua
tibia hasta los tobillos
de la pileta de lona
pero nos echan
como a cuzcos
con un grito:
¡Ustedes tienen
la sombra!
Melancolía
El polvo
se levanta
y se posa
sobre todo
lo que existe.
El origen de la poesía
Hojas secas
en plena
primavera.
Índice
Terrestre /
Fundación /
Arte /
Senectud /
Lisergia a la italiana /
Ocurrencias /
Changüí /
Contaminaciones /
Ejercicio aeróbico /
Principios de electricidad /
Paz en la chacra /
Desinfección /
Bajo tierra /
El peso del pasado /
Caza nocturna /
Tiempo inestable /
Desaire /
Fe /
Repasando viejas fotos /
Velatorio /
Para Elisa /
Oportunidad /
Año nuevo /
Melancolía /
El origen de la poesía /