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MALENTENDIDOS

​

Lecturas equívocas, interpretaciones erráticas de poesías dadas a publicidad…

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​
Un poema de Irene Gruss

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A Juana Bignozzi

 

Alguna vez yo tuve esa violencia en la voz y en el trato,

Juana me la dictaba desde un orden,

desde esa ley: reíte, me decía, de aquel guijarro humilde,

piedra

seremos.

La risa fue envuelta

como se envuelven los panecillos, tiernos,

contundentes, iguales a una fe;

mirábamos Juana y yo las cosas y las cosas

se endurecían como el pan, como el cristal que evita

su zona de clivaje, ese único

punto donde ¡todavía no! hacernos

añicos.

Soberbia como ninguna

ahora escribe Dejame aquí sentada hasta el final

ese día seré conmovedora

digna de piedad. Yo asiento con la cabeza

y cubro sus manos con las mías.

 

De Entre la pena y la nada (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2015).

     No son pocos los poetas que creen en el poder genésico de un primer verso, musical y sugestivo, que irrumpe intempestivamente y persuade a quien la oye (imagina) de que todo un poema se insinúa en él, en estado de promesa. Como si solo hiciera falta –aunque parezca un chiste– escribirlo: esto es, contar con el tiempo, la soledad y la disposición a la escucha necesarios para que ese primer verso no pierda su poder de irradiación ni se olvide.

     Desconocemos cómo se escribió “A Juana Bignozzi”, pero todo lo que digamos del poema tal vez ya esté sugerido por el fraseo aliterado y rítmico de su primer verso: alguien que confiesa humildemente haber alcanzado cierta intensidad, reconoce una filiación –la identificación con la voz de un maestro (alguien que, según el segundo verso, tiene la autoridad para dictar un estilo o una manera, aunque veremos que es muchísimo más que eso, y ejercer cierta violencia e influjo)– y manifiesta una distancia.

     Mucho más que un homenaje, el título supone a un tiempo una evocación y una invocación. Una evocación porque el poema trae la voz de otra poeta, a la que se recuerda (recrea) en una escena de ficción, como un personaje que habla y escribe, mediante un collage de voces (los versos citados de Bignozzi hacia el final aparecen unidos pero pertenecen a poemas diferentes y, como resultado del montaje, resultan más enfáticos que en sus textos de origen). Y una invocación, en el sentido de mencionar a alguien –quien enuncia usa la tercera persona para aludir a un ser excepcional– y sobre todo porque quien invoca se expone y acoge a una ley, la de Juana (con la cercanía cotidiana o afectiva que connota el nombre de pila). En ambos casos, se convoca una voz que se pretende atesorar: el poema lo dice con claridad apabullante (“La risa fue envuelta/ como se envuelven los panecillos, tiernos,/ contundentes, iguales a una fe”) y lo hace; en el nivel temático, el personaje que en silencio cubre sus manos con las suyas, y en el compositivo, el texto resulta la tibia envoltura de una voz que aún está viva.

     El riesgo que corre el poema es el de petrificar al otro (de idealizarlo o demonizarlo, lo mismo da, hasta la caricatura[1]) y se cuida de ello a través del recurrente oxímoron: “mirábamos Juana y yo las cosas y las cosas/ se endurecían como el pan”, una referencia además al pasado juvenil de Bignozzi con el grupo “Pan duro” y sus implicancias ideológicas. El problema de cómo ver el mundo y al otro sin cristalizarlo ni cristalizarse en esa zona de múltiples escisiones que es la realidad (“como el cristal que evita/ su zona de clivaje, ese único/ punto donde ¡todavía no! hacernos/ añicos.”) se expresa en la tensión entre la voz del sujeto poético y la de la poeta evocada: sintácticamente, a la primera corresponde un fraseo ricamente puntuado y uno más despojado a la segunda; retóricamente, la primera voz recurre al tono más atemperado de las comparaciones (al menos cuatro), mientras que la segunda se vale de la mayor arbitrariedad de las metáforas: “desde esa ley: reíte, me decía, de aquel guijarro humilde,/ piedra/ seremos.” Son detalles formales pero responden a una lección ética que Gruss parece aprender de Bignozzi, la poeta “soberbia como ninguna” que escribe finalmente los versos más humildes. A veces la poesía se convierte en una piadosa escucha.

     

     Diego Colomba

     Rosario, 8 de marzo de 2017

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[1] Tal vez es una caricatura de Bignozzi la que se rescata de algunas polémicas surgidas tras su muerte en las redes sociales, sobre todo con las intervenciones de poetas que adscriben al mito de que los escritores son o deben ser buenas personas.

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