MALENTENDIDOS
Lecturas equívocas, interpretaciones erráticas de poesías dadas a publicidad…
Un poema de Juan Carlos Moisés
Este sentido particular
‘¿Quién quisiera vivir
sin el consuelo de los árboles?’
Günter Eich
poeta alemán
yo agrego vacas y caballos
lluvias garzas y el cantar
del gallo en la mañana
toda buena gente gente saludable
sin la cual nuestras voces
no tendrían este sentido particular
de gruñir
para hacerse entender
De Conversación con el pez. (Villa Ventana, Editorial Maravilla, Colección Libros del Lagarto Obrero, 2017).
Ilustración de Pablo Picyk.
A la manera de los dibujos animados, imaginamos cómo el poema de Moisés trepa lentamente por la página y engulle el epígrafe (versos entrecomillados, autor, datos personales), se apropia de su sentido (la íntima relación con la naturaleza, la mitigación del desasosiego existencial), corroe con sus ácidos estomacales la modulación patética y figurativa de la cita: la cultura europea se aproxima a las vacas y los caballos.
El poema resulta un organismo pensante que rehúye de la generalización y lo universal (la poesía cuenta dos más dos con los dedos, como se explica en otro poema del libro, y el resultado es 5), según el prosaísmo risueño (por redundante) del título, que reaparece en el verso “poeta alemán” cuando señala la autoridad algo cuestionada –por el tono antisolemne del poema – de la cita y reaparece con la expresión “yo agrego”. Pero es, paradójicamente, el prosaísmo del mundo el que se pone en entredicho en el cuerpo antipoético del poema: una experiencia que también reniega de la poesía como lugar común, aunque se valga de las palabras de la tribu (“toda buena gente gente saludable”), una comunidad que expande a tal punto sus fronteras que incluye las más diversas voces del mundo: “vacas y caballos/ lluvias garzas y el cantar/ del gallo”. Vivir, nos dice Moisés, es sentirnos interpelados por la voz carnal, oscura y luminosa, del mundo: los árboles, los animales, la lluvia, nuestro propio “gruñido”.
Moisés cree en la consistencia de ciertas palabras “sencillas” (los sustantivos enumerados, por ejemplo, que hacen mucho más que nombrar un objeto; suponen en sí mismos la construcción de una idea que no necesita de adjetivos para sostenerse) y en la justeza de cierta economía sintáctica (brevedad de los versos, conectores lógicos reemplazados por el polisíndeton o la mera yuxtaposición) y retórica (las repeticiones, las metáforas trilladas –“el cantar del gallo”– por el desgaste del uso coloquial o la cita –“el consuelo de los árboles” –). Cree en el valor de lo despojado, porque así debe decirse lo esencial (siempre próximo): el cuerpo del poema se vuelve cuerpo de la vida o del mundo. Una creencia válida como cualquier otra para hacer poesía. Pero lo cierto es que en este poema el mito del poeta tiene la fuerza suficiente para parecerse a la verdad.
Diego Colomba
Rosario, 20 de septiembre de 2017.