MALENTENDIDOS
Lecturas equívocas, interpretaciones erráticas de poesías dadas a publicidad…
Un poema de Elena Anníbali
la creciente
esa noche llegó la creciente y trajo
muebles viejos, mugre
de los canales vecinos
botellas
víboras
se va a llevar todo, dijo
mi madre
y me imaginé los huesitos de enzo
flotando en la corriente, al lado
de los canteros de verdura
me imaginé su ropa última
roída por las polillas y la fiebre
sus uñas crecidas
las hebritas de pelo rubio
entre los alambres del portón
entonces me apuré a encender el sol
de noche en la cocina
a tapar la puerta con las bolsas de arena
esperando que la muerte no pasara
que siguiera el curso del agua
hacia el naciente
donde las tierras son bajas
y crece el aleppo
y la enredadera azul
De Tabaco mariposa. (Córdoba, Caballo Negro Editora, 2017).
La frase de una madre puede crecer como un río, puede penetrar en nuestro cuerpo sin defensas, erizado ante el desastre que se avecina: “se va a llevar todo”. Es la única cita (en cursivas), las únicas palabras ¿ajenas? que aparecen en el texto. La hipérbole materna y el desmadre natural desatan la atmósfera de intemperie que urde el poema. Y tanto esas palabras como los restos mortales de la tierra son arrastrados por la oscura fuerza de las aliteraciones, esas resonancias que atraen unas palabras a las otras: (las m y v/b de la primera estrofa, el empaste plural de las r en la segunda). La falta de mayúsculas y signos de puntuación parecen no querer entorpecer dicho fluir.[1]
Y esa sentencia con la que una madre augura la catástrofe leyendo lo que trae el agua provoca la acción imaginativa del sujeto poético (segunda estrofa), que ahonda en la nota tremendista con el íntimo retrato alucinado de unos restos mortales, y su inmersión en los acontecimientos del mundo (tercera estrofa) –la disposición del sol de noche y las bolsas de arena (esas herramientas mínimas) –, aunque el poema se cierre con una esperanzada evocación cósmica: “la enredadera azul”.
Cuando las palabras de contratapa se ocupan de la poesía y no de los rótulos institucionales que se siguen avivando con la mera mención, aciertan en señalar “la verdad de un corazón, su rara cuchillada” para aludir al poder incisivo de los versos de Anníbali. Una poética del shock, como efecto de esa sutil tensión –a pesar de la crudeza de los materiales utilizados– que se logra asociando en este caso la noche con “el naciente”, “el sol/ de noche” (una definición del poema y de la poesía, porqué no), la espera vana de que la muerte no pase (con toda la ambigüedad del término “pasar”), que puede aludir a la posibilidad de filtrarse en la casa –que hace de tamiz que salva los más finos restos y, por ende, la muerte ya anida en ella– o de seguir su camino hacia las tierras bajas donde crece el aleppo (con la doble p de su origen oriental), el más allá donde nace la fiera belleza del mundo.
Diego Colomba
Rosario, 16 de septiembre de 2017.
[1] El proceso de escritura supone –creemos– un mismo trabajo de arrastre y decantación: los lectores de Anníbali pueden advertir cómo las palabras “mugre” y “fiebre”, insertas en la anécdota que narra el poema, han cobrado densidad existencial y simbólica en los poemas más despojados de referencias realistas de “Curva de remanso”, su último poemario publicado.