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MALENTENDIDOS

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Lecturas equívocas, interpretaciones erráticas de poesías dadas a publicidad…

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Un poema de Griselda García

El dique

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En las últimas vacaciones Papá
construyó un dique en el río.
Le llevó toda la mañana.
Cuando terminó, el sol
había bronceado su espalda.
El agua nos llegaba a los tobillos
nos metíamos en zapatillas
para que los pies no dolieran.

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En ese mismo río esparcimos
sus cenizas pocos años después.

 

Mamá llevó flores y una botella de vino.
No había nadie ese día
solo un hombre acostado en la arena
que al ver la botella gritó de satisfacción.

 

A Papá le hubiera gustado, pensé
y entrando al agua rompí el dique.

 

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De Ahora (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2016).

    La memoria es porosa y el poema —al menos tal como lo entendemos— una herramienta siempre dudosa a la hora de levantarle monumentos. El razonar analógico de “El dique” —poesía y recuerdo son artes del olvido— une dos escenas autobiográficas de su autora[1]: padre e hija juegan con piedras para contener la fuerza de la corriente de un río de montaña; madre e hija regresan con ofrendas para mantener viva su memoria.

     En la primera escena, un padre con mayúsculas pierde el tiempo (“toda la mañana”), como si le sobrara: desde el comienzo, la voz nos advierte de que se trata de las “últimas vacaciones”. El fraseo asertivo de los versos narra con aparente naturalidad una anécdota sin fisuras, el juego despreocupado y sensual de los cuerpos al sol y en aguas poco profundas, valiéndose de elementos argumentales que suelen aparecer al final de cada verso: “Papá”, “río”, “mañana”, “sol”, “espalda”, “tobillos”, “zapatillas”, “no dolieran”. Sin embargo, el aire sentencioso de los versos se ambigua por obra de ciertos recursos, como la elección de un artículo en lugar de un pronombre posesivo (se acabarían las vacaciones en familia), el corte de verso (“Cuando terminó, el sol”), la referencia al calzado y al mismo tiempo al dolor que pretende (inútilmente) evitar.

     Esa ambigua sensación de normalidad y sorda e inminente catástrofe que embargaba a la niña (a quien le explicaban que su padre tenía unas piedritas en la panza que le sacarían en el hospital), se acentúa sobre todo en la segunda escena del poema. Por ejemplo, cuando se enuncia (contra Heráclito) que se trata de un mismo río (“años después”) y que, de modo inverosímil (si nos atenemos al carácter realista del poema y no creemos que se trata de una metáfora), el dique construido por el padre aún sobrevive en el cauce del río (una amorosa mentira), o cuando la voz conjetura/desea “A Papá le hubiera gustado, pensé”,  y no podemos asegurar si el “le” es anafórico o catafórico, esto es, si se refiere a la ofrenda que será aprovechada por los vivos (un desconocido) o al contra ritual (o a ambas cosas, porqué no) de esas piedras —que simbolizan el amor o la memoria que se guarda por siempre como las rocas— que ahora se disipan con la misma fuerza que empuja a vivir la propia vida.

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     Diego Colomba

     Rosario, 5 de noviembre de 2017.

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[1] En una entrevista, Griselda García cuenta cómo los mayores intentaban encubrir la gravedad del estado de salud de su padre, que enfermó y murió cuando ella era una niña.  También recuerda cuando arrojaron sus cenizas en el río de Alpa Corral (Córdoba). La entrevista completa aquí.

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